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De los ovarios de Cristina al miedo de Ballay

Por Osvaldo A. Bodean, publicado por www.elentrerios.com

¿Es valiente la presidente? ¿Es coraje lo suyo o es otra cosa?

¿Por qué grita? ¿Por qué esta necesidad de enaltecer sus propios «ovarios»?

Convendría que fuera verdadero su sobreactuado coraje. Es quien lleva el timón del barco en el que vivimos y ¡qué mejor que ser guiados por alguien valiente!

Pero, ¿si fuera temeridad? ¿Temeridad o desesperación? ¿O miedo, miedo inversamente proporcional a la arrogante altivez con la que procura ocultarlo?

Es de suponer que si lo suyo fuera auténtica valentía, se traduciría en un estilo de conducción marcadamente diferente del que hoy por hoy emplea Cristina Fernández de Kirchner.

Veamos. Estas son algunas de las acciones y actitudes esperables de quien dice ser depositaria de los «ovarios» de la república:

1) Presentarse voluntariamente en los juzgados en los que se investiga su fortuna. «Aquí estoy señores jueces y fiscales, a disposición para lo que quieran saber. Puedo probar que hice mi dinero trabajando». ¡Qué coraje si hiciera eso! Consecuentemente con ello, que le ordenara al vicepresidente Amado Boudou, procesado, que se despoje de su cargo y enfrente el juicio como un ciudadano de a pie. Eso sería auténtica valentía. Una apuesta contra la corrupción y en favor de la transparencia.

2) No recurrir a la censura en los medios de prensa. Porque no es de valientes ocultar la realidad a la gente. Va un ejemplo: En la radio LT 14 de Paraná, estatal, dependiente en última instancia de la presidencia de la Nación, según lo denunciado por algunos empleados, el director Jorge Ballay prohibió informar sobre la marcha del #18F. ¿Es eso tener testículos (ya que ovarios no vienen al caso)? Por supuesto que no. La censura es hija de la cobardía, de la debilidad. Es cualquier cosa menos valentía. Ballay censuró porque está muerto de miedo. Teme a la libertad de pensamiento de los oyentes de la radio que conduce. Por eso intenta ocultarles lo que sucede en la calle.

3) Ni bien enterada de la muerte de Nisman, hubiera sido una actitud valiente no titubear ni un minuto e ir al encuentro de la familia del fiscal para acompañarla en el dolor. Abrazar a la ex esposa y a las hijas y mirarlas a los ojos habría sido una muestra de que su conciencia nada le reprocha; un acto de genuino coraje y, sobre todo, de suprema libertad. La sensibilidad ante la desolación de la muerte no se opone a la valentía sino todo lo contrario. La empatía, la capacidad para dolerse con el otro, sin que importe que sea un enemigo, es propia de valientes. También es de valientes no dejarse dominar por el odio. Valga el ejemplo de José Mujica: «Yo no odio. Yo fui a ver los calabozos donde estuve preso. Me saqué una foto con los coroneles de ahora y todo. Pero lo pasado, pisado».

4) A propósito de los medios de comunicación, aceptar conferencias de prensa con cuestionarios abiertos sería muy valiente. «Pregunten señores, esta presidente no tiene nada que ocultar». Imaginemos un mensaje así. ¡Qué valor! Nada de Twitter, ni Facebook, ni cadena nacional. Frente a frente. Cara a cara.

5) Los valientes no se rebajan a la misma altura que sus enemigos. Si la corporación Clarín desinforma, manipula, conspira, concentra poder mediático en pocas manos, se supone que el Estado no puede obrar igual, apelando a las mismas trampas. Sin embargo, es lo que ha hecho. ¿Qué es el aparato de medios estatales y de grupos económicos amigos sino una maquinaria de desinformación y propaganda? ¿Qué clase de «victoria» es esta en la que el supuesto ganador chapalea en el mismo barro con el que enloda a su enemigo?

6) Rodearse de colaboradores con pensamiento y vuelo propios, libres para disentir respetuosamente con los puntos de vista presidenciales, en vez de obsecuentes que off de record confiesan sus discrepancias y en voz alta le rinden una hipócrita pleitesía.

7) Dialogar con todos los actores sociales, incluso con los más enconados adversarios. Es de débiles no atreverse a confrontar las ideas propias con los que piensan distinto. Además, impide enriquecer la propia percepción de la realidad con lo que perciben los demás.

En fin, a modo de síntesis, se puede decir que la genuina valentía va de la mano con la humildad. La otra, la aparente y sobreactuada valentía, la del grito y la exaltación de los ovarios, la de los carpetazos y los espías, la de la descalificación permanente de los otros hasta el hartazgo, es tributaria del autoritarismo y la soberbia.

«Los dueños de la soberbia, tenían siempre razón… El no equivocarse nunca era su equivocación», dicen las Coplas de la Libertad.

Lo de Cristina es miedo disfrazado de coraje. Y aunque nos moleste admitirlo, ¡TAMBIÉN EN ESO NOS REPRESENTA!

Vivimos en el país del miedo.

Si existiera un detector del miedo como los hay de metales, caeríamos en la cuenta de que estamos rodeados de muchos supuestos poderosos que están muertos de miedo, que no se animan a ejercer su libertad para decir en voz alta lo que verdaderamente piensan: gobernadores temen que les corten los envíos desde Nación, al igual que los intendentes desde provincia; grandes empresarios están asustados porque pueden perder negocios con el Estado o ser inspeccionados por la AFIP; periodistas temen perder la pauta; jueces y fiscales le temen al jury o a no ser ascendidos, etc.

Y así, ciudadanos miedosos, egoístas, individualistas, aislados, sin otra pertenencia que a la de su propio ombligo, nos hacemos merecedores a la vez que cómplices de un estilo de mando tan rastrero como nuestro cobarde y resignado sometimiento.

Ya lo decía José Manuel Estrada en el siglo XIX: «El mal de la República no está en el gobierno sino en la falta de organización social, que sin aumentar las fuerzas individuales por su aglomeración libre y orgánica, sin crear centros competentes de acción y de resistencia, pone toda la actividad en manos de la autoridad política de la cual los pueblos esperan en vano los bienes que se prometieron al resignarse a su omnipotencia.”

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