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Incompetencia ante la segunda ola y criticas del kirchnerismo a la gestion de Alberto Fernandez

Alberto Fernandez - Carla Vizzoti(Por Eduardo van der Kooy, publicado por Clarin.com) El Gobierno ideó una cuarentena estricta en cuotas sin saber qué pasará el día después. El problema es la falta de vacunas. Y la mala campaña. 

Cuando Alberto Fernández no estaba en el poder y parecía un agudo observador, recurría a un hilado argumental para explicar por qué razón la Argentina permanece estancada hace décadas. “Si a los mismos problemas se los enfrenta con las mismas respuestas, saldrán siempre los mismos resultados”, peroraba. Al cabo de un año y cinco meses de Gobierno, el Presidente asoma rehén de su propia profecía.

Contó con dos anticipos acerca de la tragedia que desataría el Covid. Aparte de las chapucerías de gestión, dictó el Estado de Emergencia y sobrestimó el valor de la cuarentena. A ella vuelve, sin otra carta, por once días discontinuos (9 seguidos, y el primer fin de semana de junio). Deshizo la base política de marzo del 2020 para que sus decisiones fueran cumplidas de modo coordinado. Sin necesidad de apelar a una autoridad devaluada.

Sobre el vínculo con el Poder Judicial, definió lo realizado en el segundo mandato de Cristina Fernández como de “gravedad inconmensurable” (agosto del 2013). Está repitiendo ahora esos pasos. Descalificó a Guillermo Moreno, el ex secretario de Comercio, por cerrar las exportaciones de carne. Ironizó a los militantes de La Cámpora por convertirse en cuidadores de precios. Ambos recursos que, un juicio suyo, resultaban inútiles para combatir la inflación. Ambos poseen vigencia plena.

Aquellas tres representan crisis que, simultáneamente, tienen en jaque al Gobierno. La pandemia es, a no dudarlo, la más grave. Posee dos planos, el político y el sanitario. Desde que Alberto quebró la convivencia con Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de la Ciudad (coparticipación y clases presenciales), Juntos por el Cambio entendió que debía abandonar la incondicionalidad del acompañamiento inicial. Tendría lógica. El problema es que la incondicionalidad estaría flaqueando además en el kirchnerismo.

Máximo Kirchner y Sergio Massa, el titular de Diputados, hicieron un balance poco auspicioso de la situación cuando concluyó la sesión del miércoles. Entre varios temas, fue aprobado un nuevo calendario electoral para este año. La evaluación habría estado abonada por el sentido común. ¿De que servirían los repetidos encierros si no están acompañados por una campaña masiva de vacunación? ¿No serán perjudiciales para el humor social, golpeado en todos los flancos, en camino hacia la incierta votación de las PASO? Antes de abandonar su cargo por el escándalo del vacunatorio VIP, el ex ministro Ginés González García anunció que en junio habría en la Argentina 65 millones de dosis. Faltan diez días para llegar al mes que divide el año. Hay apenas poco más de 12 millones.

Los sensores kirchneristas se activaron después de la elección del fin de semana anterior en Chile. Fue una votación para elegir constituyentes a fin de modificar la Constitución. También se renovaron alcaldes. La convocatoria resultó forzada por las movilizaciones populares del 2019. Participó sólo el 43,35% de los ciudadanos con un cuadro epidemiológico mucho mejor que en 2020. Ese año se realizó el plebiscito que convalidó la necesidad de la reforma. Aquella vez hubo un millón más de asistentes. Chile tiene vacunados con una dosis al 49,5% de su gente; con dos al 39,96%. La Argentina muestra al 18,60% con una aplicación y al 4,80% con dos.

Aquella inquietud de Máximo K y de Massa se transforma en fastidio cotidiano de la vicepresidenta y el Instituto Patria. No de casualidad irrumpieron voces explosivas. Alicia Castro, ex embajadora en Caracas y Moscú, amiga de Cristina, lapidó la gestión sanitaria del Gobierno. Con el mismo recurso que su jefa (el tuit) señaló que hace un año “Alberto priorizaba la vida; hoy tenemos más muertos por millón de habitantes que Brasil”. Por encima de 73 mil. Hebe de Bonafini, estallada, sintetizó su enojo con una frase: “Pará, Alberto”, dijo. Admonición Idéntica a la que hizo en su momento a Mauricio Macri.

La ex azafata se pronunció por una “cuarentena estricta, como se hizo en todos los países que han controlado y hasta eliminado el coronavirus”. Coincidencia con el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, y su equipo de Salud. Guante que debió recoger el Presidente. La pelea palaciega desatada por Castro y Hebe omitió varias cosas. Los países que han podido empezar a abandonar los confinamientos tienen vacunas y campañas eficientes. Incluidos Chile y Uruguay. La Argentina centró su estrategia sólo en AstraZeneca (con muchas demoras) en la rusa Sputnik V y en la china Sinopharm. El primer tropiezo fue que Moscú no cumplió. La ex embajadora debiera reparar en eso. Cristina también. Influye, por otro lado, un asunto estructural. Ninguna de las naciones que asoma la cabeza está sumida en la decadencia económica de aquí. Ni tiene los descomunales índices de pobres.

A esa realidad objetiva se añaden las impericias de gestión. No vale la pena insistir sobre el desacuerdo misterioso con el laboratorio estadounidense Pfizer. Alberto tampoco tuvo éxito en sus tratativas en Europa con Emmanuel Macron, en Francia, y Pedro Sánchez, en España, para que cedieran vacunas sobrantes. No se conocen los motivos auténticos de la demora de México para concluir el proceso de AstraZeneca elaborada en primera fase en la Argentina. La semana pasada se anunció que llegará el primer millón. Nuestro país aguarda cuatro millones.

No solamente faltan vacunas. Hay opacidad en los números y procedimientos de la política sanitaria. Siguen sin realizarse los testeos suficientes que la experiencia mundial aconseja. Por casualidad, o no, aumentan (superando los 100 mil) en vísperas del dictado de nuevas restricciones. Hay expertos que señalan un subregistro de los fallecidos. Nunca se terminó de aclarar por qué Formosa, en un solo día, blanqueó 5.630 contagiados. La provincia de Gildo Insfrán simuló un paraíso durante todo el 2020.

Otro reproche kirchnerista al Presidente, en este contexto, es su compulsión declarativa. Estaría con ganas de anunciar el martes, con motivo del 25 de Mayo, la producción en junio del primer millón de Sputnik V en el laboratorio Richmond. Pertenece al empresario cercano a los K, Marcelo Figueiras, que remitió pruebas al Instituto Gamaleya. No hay garantías de que la producción pueda realizarse en el tiempo estipulado. Los asesores presidenciales le claman prudencia antes de hablar.

La palabra pública resulta para Alberto como el tuit. Un reflejo irrefrenable. El día con récord de contagios se le ocurrió plantear una competencia pública con Rodríguez Larreta por la supuesta incidencia de las clases presenciales en el alza de los casos. Lo repitió en el mensaje del jueves. Sin rigor científico. En contraposición con dos evidencias: los bajísimos índices de contagio escolar que exhibe la Ciudad. Por debajo del 2%. Otros estudios (Alemania, Estados Unidos, Francia, Reino Unido e Irlanda) señalan que las escuelas no son un foco especial de contagio ni de transmisión del virus.

Su mensaje para renovar el encierro fue elaborado y grabado. Resultó arbitrario. Volvió Alberto gendarme de la vida de todos. De nuevo la salud como valor excluyente. De la economía casi nada. Una pirueta más de su discurso. Cargó la responsabilidad en el supuesto relajamiento de la sociedad. Se llenó la boca con la presencia del Estado que está ausente en lo más elemental: el suministro de vacunas. Prometió con gigantesca imprecisión la llegada de millones.

El confinamiento por nueve días pareciera esta vez tener la anuencia de los gobernadores. Los corre el susto. La pregunta que circula es qué podría ocurrir el día después. Nadie descarta que pueda prolongarse la parálisis. En el receso, tal vez, amaine la curva empinada de contagios. Pero, ¿qué pasará cuando las personas se amontonen para viajar en transporte público? ¿Qué sucederá con los permanentes desafíos de aquellos que manifiestan en las calles?

Pasó la semana anterior cuando un grupo de trabajadores cortó durante cuatro horas las vías del tren Roca. Causaron un amontonamiento de miles de viajeros en Constitución. Bomba de contagios. Carla Vizzotti reclamó que el piquete fuera disuelto no bien se enteró. Nadie actuó. Ni el ministerio de Seguridad, de Sabina Frederic, ni el de Buenos Aires, a cargo de Sergio Berni. Allí prevalece una disputa que ni la amenaza de la pandemia frena.

La disputa sobrevive por un par de motivos. El Presidente no logra hacer valer su potestad. Con la palabra o los hechos. No existe una conducción de la política sanitaria. Vizzoti flamea. Valdría reparar en algo. En Estados Unidos, Anthony Fauci, médico inmunólogo, fue designado como portavoz oficial en pandemia luego de un amplio estudio de opinión pública que estableció su elevada ponderación. Es el asesor del presidente Joe Biden. Supo ser muy crítico en tiempos de Donald Trump.

La improvisación que caracteriza a la administración de la pandemia sería por ahora un pasivo del Gobierno. Nadie está dispuesto a compartirlo en el Frente de Todos. El kirchnerismo intenta ganar terreno en otros frentes. La obsesión de Cristina por voltear al procurador, Eduardo Casal, y controlar a futuro los fiscales no cede. Se encontró con una firme resistencia de la oposición en Diputados.

Las visiones de Cristina, Máximo K y Kicillof empiezan a dominar el rumbo de la política económica. El cierre de exportaciones de la carne configura de nuevo la posibilidad de un conflicto con el campo. Marcó a fuego el segundo mandato de la ex presidenta. Y provocó, además, la renuncia de Alberto. El Presidente tiene ahora esa puerta cerrada. Lo que pueda hacer es un misterio.

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