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Pichetto, la sorpresa de Macri para devaluar el salto de Massa

Pichetto(Publicado por La Nación, firmado por Joaquín Morales Solá)

Mauricio Macri necesitaba darle una sorpresa a la política. Si bien se siente más a gusto con las decisiones previsibles, es cierto que esta vez la dinámica electoral (y las consecuencias económicas de las sucesivas crisis cambiarias) le imponían un ritmo y un contenido diferentes. Necesitaba, además, devaluar la inminente decisión de Sergio Massa de acordar con el cristinismo. Lo logró. Massa suele demorar hasta el final sus resoluciones electorales con el claro propósito de colocarse durante varios días en el centro de las expectativas. El aspecto que el exalcalde de Tigre no previó es que la sorpresa no era, al revés de 2013, propiedad solo suya. Ya la había dado Cristina Kirchner cuando designó a Alberto Fernández candidato a presidente, y ayer lo volvió a madrugar Macri cuando le ofreció a Miguel Angel Pichetto la candidatura vicepresidencial.

 

La elección de Pichetto merece un párrafo aparte. Es un exponente incuestionable del peronismo, con excelente relación con los gobernadores peronistas, en quienes se respaldó en los últimos años para liderar el bloque de senadores justicialistas no kirchneristas. Tiene un mirada ortodoxa de la economía, de la política y del Estado. Y tiene, al mismo tiempo, la plasticidad propia del peronismo para advertir los cambios en el mundo y en la sociedad. Su disidencia con Cristina Kirchner no es solo política y económica, sino también histórica. Pichetto cree que Cristina se quedó en una Argentina que ha sido, en la de los años 70, y en un mundo que ya no existe, salvo en sus expresiones más extravagantes, como las de Venezuela, Nicaragua o Cuba.

Pichetto fue el primer político que planteó públicamente que la Argentina debía revisar su política de inmigración y que, en ningún caso, debía aceptar delincuentes de países vecinos. Era una herejía para la política en boga desde los tiempos de Cristina y su cosmovisión de la patria grande (mal entendida, claro está). Macri aprovechó esa declaración de Pichetto para cambiar la política de inmigración, pero se quedó corto. «Les abrí un portón y solo usaron un rendija», decía Pichetto. Fue solo el principio. El senador se fue convirtiendo en la versión peronista de Patricia Bullrich (o ésta se convirtió en la versión Cambiemos de Pichetto), sobre todo cuando propone un combate frontal contra el delito y el narcotráfico. A Pichetto no lo sonroja tampoco propiciar una buena relación con los Estados Unidos, con Europa o con el Brasil de Jair Bolsonaro . Un pragmático que suele preguntarse, por ejemplo, por qué solo los argentinos cuestionamos la minería en un mundo donde países importantes (Canadá) o vecinos (Chile) han hecho de la minería un elemento importante de sus PBI.

Pichetto participó hasta el fin de semana pasada de varias reuniones con altos funcionarios del Gobierno para elaborar un acuerdo, que nadie sabía si sería para antes de la primera vuelta electoral o para entre la primera y la segunda ronda de elecciones. Los más acuerdistas del Gobierno (Rogelio Frigerio, Emilio Monzó) esperaban la designación de un vicepresidente de esa corriente para confirmar lo que suponían: que Macri estaba dispuesto a la apertura más que nunca. El nombre que imaginaban era el de Ernesto Sanz, el más acuerdista de todos. Al final, Macri decidió ahorrarse un paso, el de enviar un mensaje de apertura, e ir directamente a la negociación con un peronista histórico como lo es Pichetto. Cuando lo acusaban de haber sido útil a Menem y a los Kirchner, el senador contestaba siempre con la misma frase: «Yo soy útil al peronismo». Tampoco es cierto que el jefe de Gabinete, Marcos Peña, haya quedado descolocado. La decisión de convocar a Pichetto fue compartida por él, y Peña era ayer el primero el celebrar la excelente repercusión que el hecho había tenido en los mercados. Es cierto que hace mucho tiempo era renuente a esta clase de pactos, cuando al principio de todo dos dirigentes políticos, Sanz y el propio Pichetto, propusieron un acuerdos entre Cambiemos y el peronismo sobre cuestiones básicas del país y del Estado. Peña no estuvo de acuerdo, pero Macri tampoco.

Esta vez, Pichetto se encontró con que la opción fundamental de su vida era otra: elegir entre un sistema político democrático y republicano, por un lado, o el regreso del autoritarismo populista, por el otro. No era una opción entre peronismo y no peronismo, sino entre qué sistemas políticos gobernarán a los argentinos después del próximo 10 de diciembre. Cuando ayer Pichetto dijo que lo que vendría con Cristina Kirchner será «todo el poder a la Asamblea», al estilo venezolano, estaba señalan que el poder real del país lo tendría la expresidenta desde su despacho en el Congreso y no Alberto Fernández desde la Casa de Gobierno. A su vez, Macri no es el presidente de 2016 ni mucho menos el de fines de 2017, cuando ganó por amplio margen las elecciones de mitad de mandato. Desde abril de 2018, cuando estalló la primera crisis cambiaria, Macri se debilitó por las sucesivas devaluaciones y las importantes alzas inflacionarias. No obstante, hasta febrero pasado el Presidente pensaba en elegir a un candidato a vicepresidente (o candidata) de su círculo íntimo. Nuevas devaluaciones y subas inflacionarias lo extenuaron aún más, hasta que hace un mes y medio el dólar se quedó quieto y la inflación inició una tendencia a la baja. Las encuestas registraron esos datos económicos y Macri lleva dos meses con los números mejorando en las mediciones de opinión pública.

A pesar de esos progresos, Macri necesitaba no solo garantizar la gobernabilidad futura, en un eventual segundo mandato, sino también la actual, después de las primarias de agosto. La presencia de Pichetto tranquiliza a los mercados aún en el caso de que la fórmula Fernández-Kirchner se imponga en las primarias a la de Macri-Pichetto por poco margen. La próxima prioridad de Macri es sumarlo al gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, al acuerdo iniciado con Pichetto. Urtubey es el único exponente que queda sin socios entre lo que fue el peronismo alternativo. Una idea que se estudiaba ayer era la de ofrecerle de manera anticipada un ministerio a partir del 10 de diciembre (¿la cancillería?). Es probable que la suma de Urtubey, si se concretara, más la candidatura de Pichetto, terminen acercando al oficialismo a otras vertientes no kirchneristas del peronismo. Cambiemos debería cambiar de nombre en ese caso. El Gobierno lo sabe y lo acepta.

Ni los radicales ni Elisa Carrió, los grandes aliados de Macri, objetaron la designación de Pichetto. Carrió estaba decidida, incluso, a no romper Cambiemos si se hubiera elegido la vía de un acuerdo con Massa para llevar colectoras en la provincia de Buenos Aires. No hubiera hecho, eso sí, campaña electoral en territorio bonaerense. Ha denunciado demasiadas cosas graves de Massa como para olvidarlo rápidamente. Massa ya no era un problema ayer. Alargando su decisión para conseguir pequeñas ventajas, lo único que consiguió es quedarse sin votos ni prestigio. Negoció con María Eugenia Vidal y con Cristina Kirchner, al mismo tiempo, durante semanas. Jugó a conseguir la mayor cantidad de premios y se quedó sin ninguno.

Los únicos dos que quedan son Urtubey y Roberto Lavagna. El problema de ellos es que lo que sucedió con Pichetto significa que la dirigencia política comenzó a polarizarse, tal como ya había ocurrido con la sociedad. Son los dirigentes los que siguen a la sociedad, y no la sociedad la que se deja llevar a cualquier lado por sus dirigentes.

Por: Joaquín Morales Solá

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