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Se comprobo que la cuenca del Parana esta contaminada con otros tres insecticidas nocivos  

aguas contaminadasEl año pasado, a través de una investigación de dos científicos del CONICET, se había arribado a la conclusión de que la cuenca del río Paraná estaba «altamente contaminada con el herbicida glifosato» lo que mostró que las advertencias de los ambientalistas tenían asidero. 

En una segunda entrega del informe se corroboró que además del herbicida preferido por Monsanto, hay otros tres insecticidas que contaminan aún más la cuenca más importante de agua dulce después del Amazonas: el río Paraná está contaminado con endosulfan -prohibido en Argentina desde 2013-, cipermetrina y clorpirifos. La investigación comprueba los daños provocados por las prácticas agrícolas con estos productos nocivos para la vida. Según uno de los investigadores, las conclusiones arrojan una «luz naranja, prácticamente roja, encendida».

En julio del año pasado se dio la primicia de que toda la cuenca del río Paraná, considerada la segunda más importante de Sudamérica detrás de la que comprende al Amazonas, está altamente contaminada con el herbicida glifosato o AMPA, su degradación.

Ahora, una segunda entrega del material publicado por la revista internacional Environmental Monitoring and Assessment, a la que accedió el periodista especialista en la materia Patricio Eleisegui, eleva la vara a un nivel todavía más dramático: las aguas y el lecho del Paraguay y el Paraná presentan grandes concentraciones de insecticidas como el endosulfan -de uso prohibido en el país desde 2013-, la cipermetrina y el clorpirifos.

Como en la ocasión anterior, el monitoreo lleva la firma de, entre otros, Alicia Ronco -fallecida en noviembre del año pasado- y Damián Marino, ambos especialistas del CONICET, y afirma que el grado de contaminación detectado supera los límites establecidos para la protección de toda la vida acuática.

Según explicó Marino, los resultados provienen de muestras tomadas en 2010 y 2012 en 22 puntos diferentes de las cuencas mencionadas. El trabajo contó con la colaboración de Prefectura Nacional, que aportó su logística y el buque Luis Leloir para el traslado y desempeño de los científicos.

En sus conclusiones, el monitoreo señala que los altos niveles de plaguicidas constatados en agua y sedimentos tienen como causa la utilización de estos productos para la práctica agrícola en todos los territorios que atraviesa principalmente el Paraná.

«La agricultura intensiva aporta cargas significativas a los afluentes en los tramos medio e inferior y estos luego llegan al curso de agua principal. A pesar de que hay diluciones y descargas, el nivel de concentración es tal que los productos se pueden detectar en la corriente de agua. Estos hallazgos exponen la necesidad urgente de regular la aplicación de pesticidas en la cuenca», afirmó el trabajo.

El documento destaca que en la región relevada «la utilización de plaguicidas aumentó 900 por ciento en las dos últimas décadas por efecto de la introducción de cultivos biotecnológicos y la aplicación de técnicas de siembra directa.»

Cipermetrina, endosulfan y clorpirifos encabezan con amplitud los indicadores de contaminación. Sin embargo, reconoce la publicación, en la zona también se ubicaron otros 20 plaguicidas aunque en concentraciones relativamente bajas respecto de los compuestos antes mencionados.

«Las concentraciones de endosulfan, cipermetrina y clorpirifos son las cuantitativamente más relevantes. En cada caso, sus niveles de presencia son superiores a los recomendados para la seguridad de la vida acuática. Estos plaguicidas presentan una mayor afinidad por los sedimentos», señaló el trabajo.

 

TÓXICOS DETECTADOS

 

La cipermetrina, de acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), es muy tóxica para peces y abejas, y se recomienda evitar su uso sobre cursos de agua. A nivel local, su desarrollo y comercialización corre por cuenta de Atanor, Bayer, Dow, DuPont, Monsanto y Nidera, entre otras firmas.

Este producto aparece como uno de los desarrollos que, en combinación con otros pesticidas, viene originando casos de polineuropatías tóxicas y trastornos en el sistema nervioso periférico como el denunciado por Fabián Tomasi, ex empleado de una compañía fumigadora de Basavilbaso, provincia de Entre Ríos.

Tomasi es un auténtico caso-símbolo de cómo los agroquímicos destruyen la salud al interactuar con el cuerpo.

En tanto, el clorpirifos es el insecticida más utilizado en la actividad agrícola local. Dow, su desarrolladora, fue multada en 1995 y 2003 por ocultar casi 250 casos de intoxicación con ese agroquímico sólo en los Estados Unidos y continuar publicitando al insecticida como producto “seguro”.

En la sumatoria de ambas sanciones, Dow culminó desembolsando a modo de pena más de 2,7 millones de dólares.

Ya en 2011, un estudio concretado por la universidad norteamericana de Columbia vinculó al insecticida con numerosos casos de niños afectados con retrasos mentales y físicos en zonas cercanas a Nueva York.

Por último, el endosulfan es un insecticida catalogado como «muy peligroso» por el mismo SENASA, y su uso se encuentra vetado en más de 60 países -Unión Europea incluida- por generar desde cáncer hasta deformidades congénitas pasando por desórdenes hormonales, parálisis cerebral, epilepsia y problemas en la piel, los ojos y las vías respiratorias, entre otros males. En la Argentina, su utilización está prohibida desde mediados de 2013.

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