Redes de Noticias

#18F: Y despues, ¿que?

Por Osvaldo A. Bodean

«La Marcha del Silencio se agota en la realización. Intensa y breve», resumió, polémico como siempre, Jorge Asís.

Multitudinaria sin dudas. Emotiva, también. Un mensaje en sí misma. Pero, después, ¿qué?

Muchos argentinos que participaron, al igual que muchos otros que no lo hicieron, no sólo piden verdad y justicia por la muerte del Fiscal Nisman. Anhelan que haya un cambio de fondo en la Argentina. Pero, ¿en qué consiste? No es un interrogante que tenga una única respuesta.

Mayor respeto a la instituciones y a las leyes, independencia de los poderes, combate contra la corrupción, transparencia, seguramente aparecerán entre las aspiraciones de muchos. Obvio, todo ello es muy necesario, pero quizá no suficiente. Tal vez necesitemos calar aún más hondo, hasta recuperar la esencia del ideal democrático. Así de simple y así de complejo.

Lo que tiene de fascinante la democracia es el respeto a las minorías; el reconocimiento y la valoración de la pluralidad, no como un mal inevitable al que no hay más remedio que soportar, sino como un bien, como una riqueza para nuestra vida.

Dicho de otro modo, en democracia, ninguna parte, ni siquiera aquella que circunstancialmente es mayoría, puede pretender identificarse con el todo. Exige de cada uno y de cada sector, la humildad de saberse incompleto, dependiente, necesitado de los otros, de la comunidad, que es plural por naturaleza.

Hablar de humildad en tiempos en los que reina la soberbia, puede que suene a pura ingenuidad, cual prédica pacifista en medio del tiroteo entre dos bandos en pugna, que se están matando unos a otros y que no escuchan ni ven otra cosa que al enemigo a ultimar.

Se ha impuesto la dialéctica como modo de hacer política, un juego al que apeló sistemáticamente el kirchnerismo y del que sus opositores no supieron o no quisieron zafar, al punto que lo terminaron retroalimentando. Ataques y contra ataques, acciones y reacciones se han multiplicado al infinito, justificándose mutuamente.

Paula Biglieri y Gloria Perelló, en su obra «En el Nombre del Pueblo: la emergencia del populismo kirchnerista», explican que esta lógica política está fundada en la división del campo social entre, por una parte, el sujeto pueblo y, por otra, los enemigos del pueblo. De este modo, el proyecto populista dicotomiza el espacio político mediante la división de la sociedad entre ‘el pueblo’ (populus) y su ‘otro’, el antagonista al que viene a derrotar en nombre de los que han sido privados del derecho de representación y excluidos de la vida pública (el plebs). “Tenemos populismo cuando una parte [el plebs] se identifica con el todo”, concluyen, en base a la teoría del discurso y la hegemonía de Laclau y Mouffe y los escritos más recientes de Laclau, pensador que ha incidido en el matrimonio Kirchner.

Aunque la formulación teórica sea actual, no es una novedad entre nosotros esta totalitaria identificación de una parte con el todo, es decir, con la patria misma, excluyendo al resto. Es más, es casi una constante en la historia argentina. Unitarios o federales, civilización o barbarie, conservadores o radicales, peronistas o antiperonistas, militares o guerrilleros, son sólo algunas de las dicotomías inspiradas en esta imposibilidad de asumir lo diverso.

Es muy fácil caer en esta trampa dialéctica nosotros-ellos. Es tan tentadora como rudimentaria y mágica. Es auto limpiante. Arroja el mal y la culpa lejos de uno. La maldad recae en los otros, en la conspiración enemiga. En ellos. Nunca en nosotros.

Se retroalimenta gracias a la instintiva tendencia a devolver golpe con golpe, que siente todo aquel que se ve atacado. Es la antigua Ley del Talión. «Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego», pronosticaba Gandhi, con genial sabiduría. En la Argentina, vamos en esa dirección.

Sólo serán capaces de construir algo genuinamente diferente quienes estén dispuestos a restañar el tejido social mediante una apuesta paciente al diálogo. Paciente y, sobre todo, humilde.

No es casual que la principal recomendación del Papa Francisco a los dirigentes políticos haya sido «dialoguen, dialoguen, no se cansen de dialogar», con miras a construir una «cultura del encuentro».

El diálogo no es debilidad. Todo lo contrario. Débil es quien no se anima a confrontar sus ideas con las de los otros, que se encierra en sus esquemas mentales y sólo habla con los del propio palo, los que no pueden interpelar o poner en crisis su visión de las cosas.

«Si se parte de la común pertenencia a la naturaleza humana se pueden superar prejuicios y falsedades y se puede comenzar a comprender al otro según una perspectiva nueva», invita el Papa Francisco.

Si gobernantes y gobernados no intentamos encarnar esta «perspectiva nueva», no habrá cambio verdadero y las promesas de una Argentina distinta volverán a frustrarse.

Para lograrlo, puede que un paso sea reconocernos limitados; tan limitados que «del polvo venimos y al polvo regresaremos», como recuerda este Miércoles de Cenizas.

Partir de esta memoria de nuestro límite puede servirnos para curarnos de esa soberbia, tan humana a la vez que tan argentina, de la que ninguno de nosotros está exento.

Facebook
Twitter
WhatsApp