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La débil posición de Giorgieva en el FMI pone en duda el acuerdo con Guzmán

La directora gerente del Fondo Monetario Internacional está acusada de beneficiar a China y se encuentra en su momento político más complejo. Débil y sin margen para políticas poco ortodoxas, corre el riesgo de perder su puesto o de quedar seriamente debilitada. El ministro argentino es seriamente cuestionado por La Cámpora, el Instituto Patria y no ha abierto el juego para obtener cierto apoyo de la oposición. El acuerdo posible con el Fondo, que el Presidente se apresuró a asegurar como cerrado, hoy aparece sostenido con alfileres.

Kristalina Giorgieva se encuentra en su peor momento en la dirección del FMI

Alberto Fernández y Martín Guzmán ya asumieron que Kristalina Georgieva está herida de muerte y que sólo queda una sombra de la estrategia diseñada para negociar con el Fondo Monetario Internacional. El Presidente y su ministro apostaron a la directora gerente del FMI y a una victoria en las PASO para cerrar filas internas y forzar un acuerdo doméstico con Juntos por el Cambio. Pero Georgieva tambalea en Washington y la presión cruzada de La Cámpora, el Instituto Patria y la oposición colocaron al funcionario en un escenario político caracterizado por la incertidumbre.

Georgieva llegó al FMI con una agenda propia que despertó recelos y suspicacias en Wall Street, el Banco Mundial y la Secretaria del Tesoro de los Estados Unidos. La directora gerente entendió las consecuencias económicas y sociales de la pandemia global y diseñó una hoja de ruta que beneficiaba a los países pobres y de rentas medias, fortalecía la prevención contra el Cambio Climático y ponía en jaque conceptos básicos del capitalismo versión siglo XXI.

El establishment internacional estaba acostumbrado al charme de Christine Lagarde, que preguntaba poco, cumplía ordenes y no tenía proyecto propio. Esa directora del FMI fue clave para conceder el crédito Stand-By de 53.000 millones de dólares a Mauricio Macri, y jamás hubiera avalado una iniciativa multilateral establecida para cobrar un impuesto mundial a las grandes fortunas privadas.

En cambio, Georgieva propuso un rediseño de la arquitectura institucional del FMI y avanzó sobre terrenos que estaban vedados al organismo multilateral creado en Bretton Woods para cumplir las instrucciones de Wall Street y la Casa Blanca, y actuar como revisor de cuentas de las economías frágiles y condicionadas del denominado Tercer Mundo.

Desde esta perspectiva geopolítica, la actual directora gerente del FMI sintonizó muy rápido con Francisco, se alineó con el pensamiento económico y financiero de Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs, aceptó la perspectiva de Cambio Climático de Ángela Merkel y Emmanuel Macron, y no tuvo reparos en conversar sobre la crisis regional con Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador.

Pero ese guiño político hacia un cuadrante del escenario global, implicó que en otro cuadrante -a la derecha- se acumulara muchísimo poder para reencontrar un supuesto equilibrio estratégico que Lagarde, Anne Krueger, Rodrigo Rato o Michel Camdessus respetaron hasta el último de sus días en las oficinas del FMI en Washington.

Georgieva eyectó a a David Lipton, que actuó como director gerente interino cuando Lagarde decidió abandonar el FMI y partir a Alemania para dirigir al Banco Central Europeo. Lipton tiene diferencias conceptuales con Georgieva – es halcón y alineado con Wall Street- y es el principal asesor de Yanet Yellen, secretaria del Tesoro de los Estados Unidos.

Yellen y Georgieva tienen buena relación y han trabajado juntas para resolver una propuesta inédita sobre Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI, que permitió a la Argentina acceder a 4.500 millones de dólares extra que no estaban en sus cálculos presupuestarios. Pero la secretaria del Tesoro acompañará a la directora gerente hasta la puerta del cementerio en Arlington, y luego regresará sin pestañar hasta su despacho de la Avenida Pensilvania en DC.

Junto a Lipton y los barones de Wall Street se alinea David Malpass, titular del Banco Mundial (BM). Malpass tiene un entredicho constante con Georgieva porque su gestión del FMI roza la agenda multilateral del Banco Mundial.

Hasta Georgieva, el FMI era un auditor filoso y el Banco Mundial un organismo que abría la mano y financiaba importantes proyectos en los países subdesarrollados. La directora gerente remozo ese cliché global, y puso en la vereda del frente -literal- a Malpass y sus principales lobbistas en Washington.

El peso propio de los adversarios de Georgieva se multiplica por la estrategia geopolítica de Joseph Biden. El Presidente de los Estados Unidos eligió a China como su enemigo global, y Georgieva es acusada de haber beneficiado a Beijing cuando era directora general del Banco Mundial.

No se trata de las evidencias recogidas en un expediente institucional, o la ofensiva desplegada por The Economist o Financial Times. Georgieva caerá si la Unión Europea acuerda con Estados Unidos y designa un candidato de consenso con Wall Street, la Secretaria del Tesoro y la administración de Biden.

Puede ocurrir que Georgieva preserve su cargo en el FMI, pero estará con una debilidad política extrema y tendrá pocas posibilidades de insistir con una agenda novedosa que beneficiaba la posición de países débiles y endeudados.

La hoja de ruta de la directora gerente comenzará a girar al cuadrante que ocupan Lipton, los banqueros de Wall Street y Malpass: una mala noticia para Alberto Fernández y Guzmán, que tenían a Georgieva como su principal aliada para negociar la deuda externa de 44.000 millones de dólares.

El ministro de Economía llegó a Estados Unidos con una agenda cerrada y a merced de la estabilidad institucional y política de la titular del FMI. A estas horas, lo único que importa en DC son las reuniones secretas y reservadas que se convocaron para decidir su suerte.

Guzmán y su plan de negociación dependen de Georgieva. El jefe del Palacio de Hacienda es respaldado por Alberto Fernández y acechado por Cristina Fernández de Kirchner, La Cámpora y Juntos por el Cambio. No tiene presupuesto para pagar la deuda de 44.000 millones de dólares y el acuerdo con el FMI todavía es una quimera.

Alberto Fernández y su ministro de Economía pretenden cerrar un acuerdo de Facilidades Extendidas y no han incluido un sólo dólar en el Presupuesto Nacional para enfrentar los vencimientos de capital que ascienden a 18.000 millones de dólares en 2022.

El Fondo Monetario Internacional exige un programa económico sustentable para pagar la deuda heredada de Mauricio Macri y un acuerdo político que respalde ese programa en el Congreso. Alberto Fernández no tiene margen interno para aceptar un programa de ajuste al estilo FMI, no tiene partidas para pagar 18.000 millones de dólares en 2022 y no tiene una instancia de negociación con Juntos por el Cambio para lograr un aval político.

Con un gobierno desposeído, y Georgieva en jaque, Guzmán y la negociación de la deuda tienen destino incierto.

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