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La producción de heroína es el gran dilema de los talibanes

Los expertos consideran que la prohibición de dicha actividad es «imposible de lograr», por los miles de agricultores y redes de contrabando ya involucrados en el país, que es el responsable del 85% de la producción global de la planta de la cual se obtiene el opio.

Plantación de amapolas

Por Camil Straschnoy

Afganistán es el mayor productor mundial de heroína y los talibanes obtuvieron millones de dólares de esta actividad para financiar su expansión, pero ahora prometieron prohibirla, tal como hicieron en el 2000, algo que los expertos consideran «imposible de lograr» por los miles de agricultores y redes de contrabando ya involucrados en el negocio que ahora en el poder tienen el potencial de ampliar.

El país asiático es responsable del 85% de la producción global de adormidera, planta de la que se obtiene el opio y de la que se usa su savia para la fabricación de morfina y heroína, con una superficie destinada para su cultivo en constante crecimiento: pasó de 70.000 hectáreas en 1994 a un promedio de alrededor 250.000 hectáreas en los últimos cuatro años, según cifras de la ONU.

En estas décadas solamente hubo una caída abrupta de 82.000 hectáreas en 2000 a 8.000 hectáreas en 2001, por la prohibición impulsada por el entonces Emirato Islámico de los talibanes, justo antes de que fuera derrocado por las fuerzas de Occidente lideradas por Estados Unidos.

En la primera conferencia de prensa tras el reciente ingreso en Kabul, el vocero de los insurgentes, Zabihullah Mujahid, prometió que el nuevo Gobierno volverá a vetar su producción: «A partir de ahora, nadie estará involucrado (en el tráfico de heroína) y nadie puede participar en el contrabando de drogas».

«Aseguramos a nuestros compatriotas y a la comunidad internacional que no produciremos ningún narcótico», añadió en la misma conferencia en la que afirmó que van a respetar los derechos de las mujeres y la libertad de los medios de comunicación.

«El plan de los talibanes de prohibir el cultivo de opio parece demasiado ambicioso, si no imposible de lograr. El grupo pudo prohibirlo con éxito en 2000, lo que provocó una caída drástica, pero fue temporal. Entonces, la pregunta es si tal enfoque puede ser sostenible», indicó a Télam Kaweh Kerami, académico y periodista especializado en política afgana.

«La economía de las drogas ilícitas creció tanto en valor como en complejidad a medida que con el tiempo surgieron nuevos actores y redes. Entonces, dadas las nuevas realidades, cualquier enfoque radical para perturbar la cadena de cultivo, producción y comercialización será respondido con resistencia», indicó.

Por otro lado, remarcó que «la economía de las drogas ilícitas es la principal fuente de ingresos para 10.000 agricultores, por lo que prohibir el cultivo de manera efectiva tendría consecuencias para su sustento. Por lo tanto, antes de recurrir a un enfoque tan radical, los talibanes deberían poner en marcha programas que impulsen medios de vida alternativos».

Muchos campesinos afganos ven una opción rentable en las adormideras, también conocidas como plantas de opio, sobre todo tras la sequía del 2018, las inundaciones del 2019 y la pandemia de coronavirus de los últimos 18 meses: no se necesita mucho terreno para su cultivo, obtienen una venta segura e ingresos suficientes para sobrevivir.

Como suele ocurrir en muchos sectores de la economía, legales o ilegales, la distribución de la riqueza es inequitativa y favorable para quienes controlan el negocio y en este caso uno de esos grandes actores (no el único) son los talibanes, que obtuvieron millones de dólares mediante impuestos a los agricultores, la fabricación de los opiáceos, su tráfico y extorsiones.

Kerami trazó el camino completo que expone además otros sectores involucrados en el tráfico: «El suelo y la mano de obra de Afganistán se utilizan para cultivar y producir la droga ilícita. En los últimos años, vimos un creciente número de laboratorios en el país que convierten el opio en heroína. Es interesante que los precursores se importan de países vecinos. De modo que la inseguridad, la debilidad de las instituciones estatales y la corrupción proporcionan un terreno fértil para el cultivo, la producción y el comercio de drogas ilícitas».

«Una vez que se produce el opio, llega a Irán, Turquía y a través de los Balcanes al resto de Europa. Se necesitan aproximadamente 18 meses para que llegue desde Afganistán a Europa», resumió.

Entre 2002 y 2017, tras la ocupación del país, Estados Unidos gastó alrededor de 8.600 millones de dólares en su esfuerzo por combatir el tráfico de drogas, según un informe de 2018 del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (Sigar), agencia de control que calificó la política antinarcóticos como «un fracaso total».

La investigación que coescribió Kerami e impulsó la organización independiente Unidad de Investigación y Evaluación de Afganistán profundizó sobre esto: «La ambición de lograr simultáneamente la seguridad, la paz, la construcción del Estado y el desarrollo, pero por medios incompatibles entre sí, frustró cualquier intento de abordar de manera constructiva la economía de la adormidera».

Lo cierto es que la política de estupefacientes de los talibanes tendrá un efecto significativo sobre el mercado de la heroína, como también el de la metanfetamina, un psicoestimulante sintético sumamente adictivo cuya producción también está en aumento en Afganistán.

Tanto si efectivamente la prohíben, lo que en 2000 disparó los precios de la heroína de los 30 dólares el kilo hasta un máximo de 700 dólares, como si potencian aún más su tráfico con el control oficial ahora de las fronteras para facilitar el contrabando y de los bancos públicos, que podrían usarse para el blanqueo de dólares en un contexto en el que la mayoría de las reservas están fuera del país.

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