Por Emiliano Damonte Taborda
Las apuestas de campaña del Gobierno Nacional se van diluyendo en la medida en que la credibilidad de sus líderes va cayendo. Pero sin dudas la más sorprendente de todas las caídas es la del relato sobre la vacunación.
Ya a fines del año pasado el gobierno había decidido que la campaña de vacunación sería su “caballito de batalla” de cara a las elecciones de medio término que empezaban a verse en el horizonte, más como nubarrones amenazadores que como un puerto seguro. Sorprendía por aquellas épocas que hoy aparecen como remotas, la afición del Presidente a tirar números al viento. En algún momento se prometieron un millón para fin de año, diez millones para febrero, todos vacunados para junio y así cada semana recibíamos una promesa que no habíamos pedido y que aprendimos a desoír, simplemente por observación empírica. Pronto quedó claro que Ginés y Alberto prometían cosas sobre las que no tenían el más mínimo control, y lo que llama aún hoy la atención es por qué lo hacían. Confieso que he reflexionado al respecto intensamente en estos últimos tiempos, especialmente después de que el enésimo cachetazo nos sacudiera, con las fotos y el escándalo de las visitas a Olivos durante la cuarentena más estricta. Esto viene después del vacunatorio VIP, de la desaparición de Astudillo Castro y la promesa a su madre de un cachorro en compensación, de Pablo Musse que no pudo ver a Solange antes de que muera de cáncer, de las violaciones a los derechos humanos perpetradas por Gildo Insfrán (el Gobernador que mejor manejó la pandemia según Alberto Fernández), del peón rural que se ahogó tratando de cruzar el río para encontrarse con su familia, del escándalo de los varados en el exterior, del cierre de las exportaciones de carne, de la falta de definición de un plan económico, del asalto a la coparticipación perpetrado en contra de la Ciudad de Buenos Aires el año pasado, del Congreso cerrado meses enteros, del asalto múltiple a la justicia y la búsqueda de impunidad por parte de Cristina, y la lista, la lista más triste, puede seguir páginas enteras. Volviendo a la pregunta planteada. ¿Por qué el Gobierno Nacional se empeñaba tan absurdamente en pronosticar cifras de algo sobre lo que no tenía el más mínimo control? La respuesta es tan clara como desesperante. La respuesta sirve para entender como fue posible hilar una seguidilla de barbaridades ininterrumpida como la que compone la lista que acabo de escribir. Se permiten todo lo que se permiten, por que están convencidos de que el “relato” los va a salvar. Creen en la supremacía del relato. El relato de la vacunación era el rey de los relatos desde el principio, el avión saliendo de Ezeiza, el avión volviendo a Ezeiza, un Presidente de la Nación yendo a buscar una caja al aeropuerto, las fotos de la militancia vacunándose y agradeciendo, los héroes buscaban hacernos creer que lo que era un derecho, era en realidad un privilegio, una gran suerte, un evento extraordinario.
Pero “la única verdad es la realidad” nos enseña el General Perón, y por más que busquemos convencernos de la idea de que la realidad es una construcción que podemos manipular, hay cosas contra las cuales chocaremos, más allá de lo que decidamos contarnos. Hoy la épica de la vacuna va destiñéndose lentamente, y la gente comienza a percibirla como un derecho. Es difícil encontrar fuera del núcleo duro de la militancia ese entusiasmo que esencialmente el miedo a la muerte (el padre de todos los miedos), nos infundía. Y en la medida en que la vacunación se extienda y ese miedo se vaya evaporando, será más sencillo ver la realidad. La realidad es que han querido, y han podido, aprovecharse de nuestro miedo. La realidad es que, escondidos detrás de nuestro miedo han llevado a cabo uno de los desastres de gestión más impresionantes de los que he sido testigo, sin siquiera ocuparse de ser prolijos o respetuosos con todos aquellos que han perdido familiares, amigos, trabajos, empresas, con los que perdieron oportunidades, los que no fueron al colegio, los que no fueron atendidos, etc. A medida que el miedo se va, esa herramienta que pensaban los validaría, se les vuelve en contra y le permite a la gente ver que se han burlado de todos nosotros. Los hechos comienzan a aplastar el relato, la única verdad, es la realidad.