¿Las malas palabras existen? Alguien se quejó en estos días porque usé la palabra “culo” en un programa de radio. Inicialmente, pedí disculpas y prometí no volver a repetirla al aire. Minutos más tarde, reflexionando, entendí que solo cabía la disculpa por haber herido una sensibilidad diferente a la mía, pero que no sería capaz de evitar “malas palabras”
Declaro no ser capaz de evitar “malas palabras” en el programa que conduzco junto a Guillermo Pérez, de lunes a viernes de 17 a 19, por Oid Mortales Radio 88.9 (oidmortalesradio.com.ar) en Concordia, Entre Ríos. simplemente porque no creo que existan tales «malas palabras», mi madre usa muchas de ellas y aprendí a usarlas, muy a modo, a su lado. En este momento repito mi pedido de disculpas, y retiro mi promesa de evitar el término “culo” al aire.
El Negro Fontanarrosa nos preguntó. ¿Por qué son malas las malas palabras? Y nos explicó que “hay palabras de las llamadas malas palabras, que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza. Algunos incluso por contextura física de la palabra”
En su histórica intervención en el “Congreso de la lengua” en 2004.
Una de las más grandes virtudes de este tiempo que vivimos, es la abundancia de oferta. Yo me quejo siempre de esta sobreabundancia a la que llamo “ruido”, pero ayer entendí que tiene un lado muy positivo. Podemos cambiar el dial, o el canal, o leer otra cosa, con una facilidad nunca antes vivida. Nadie nos ata a un canal, a una emisora, a un programa, a un diario, a una publicación, a una página web. Por esto, si a alguien he ofendido usando una palabra que está dentro de los límites del lenguaje, de manera adecuada y oportuna, solo puedo recomendarle cambiar de canal.
El Siglo de Oro de la literatura española, es según mi experiencia cómo lector, el ápice de la expresión literaria. Nunca antes y nunca más después, tantos gigantes se juntaron en un solo lugar, bajo una misma lengua y con una belleza semejante. Deslumbra en el análisis individual de las obras y autores, y es aplastante en un análisis conjunto del período. Los españoles construyeron en un puñado de décadas algo sublime. Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Teresa de Jesús, Pedro Calderón de la Barca, Luís de Góngora, son solo unos pocos nombres, de verdad poquitos, del enorme grupo precursor o protagonista directo de este siglo maravilloso.
En la enumeración excluí de manera deliberada a uno de los que más amo, por corajudo y perseguido, por sus formas sublimes y su humor sin tiempos. Francisco de Quevedo (Madrid, 14 de septiembre de 1581-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645) fue un noble, político y escritor español del Siglo de Oro, caballero de la Orden de Santiago a partir de 1612 y señor de Torre de Juan Abad a partir de 1620. Junto con Luis de Góngora, con quien mantuvo enemistad durante toda su vida, es reconocido como uno de los más notables poetas de la literatura española. Además de su poesía, fue un prolífico escritor de narrativa y teatro, así como de textos filosóficos y humanísticos. Nos cuenta Wikipedia.
En Quevedo, la Picaresca sin dudas alcanza su cima más elevada y más atrevida. Llamado a servir a dos reyes, Felipe III y Felipe IV, terminó desterrado por el primero, y preso con el segundo. Quevedo era un alma indómita. Hace un tiempo, llegó a mis manos un precioso ejemplar de sus «Escritos satíricos y festivos”, colección de obras que tiene para mi un atractivo irresistible, ya que todas las que incluye, fueron prohibidas, perseguidas y quemadas, y todas ellas, solo pudieron ser publicadas en paz, cientos de años después de haber sido escritas.
Mi discusión de estos días me llevó a uno de los títulos de estas obras de Quevedo: “Gracias y desgracias del ojo del culo”, de la que transcribiré solo un par de pasajes, pero que recomiendo con todo mi corazón a quien desee dejarse llevar por las aguas de las más bellas letras jamás escritas.
Declaración conclusiva
Por respeto a quienes han sido prohibidos y perseguidos, por respeto al valor de las palabras, por respeto a la más bella de las lenguas que es la castellana, por rivalidad con la mojigatería y la hipocresía. Que no nos prohíban nunca decir “culo”. Y si alguna vez sucede que nos imponen tan ridículo bozal, peguemos media vuelta y busquemos otros horizontes. Que no es lo mismo cola que culo, heces que mierda, pene que pija. Que la “corrección” no nos termine de robar la expresión, porque siempre estará allí, como siempre estuvo, tratando de hacernos controlables, lisitos, cómodos y playitos. Con Quevedo y el Negro Fontanarrosa no pudo. Que no se oculte un día el sol, sin que un Damonte pronuncie tus sonoras letras, por la sangre que corre por mis venas, ¡moriré al grito de “culo”!!!!!!!!!!