Por Emiliano Damonte Taborda
En la semana el oficialismo planteó un cambio de rumbo en la campaña y apenas había logrado insinuar un relanzamiento, cuando el inefable Aníbal, entró en escena cómo un 1114 sin frenos dejando a todos desacomodados y desalentados. Las manifiestas amenazas a Nik cayeron cómo una bomba atómica, pero tal vez mucho peor cayeron las disculpas y las explicaciones, y luego las explicaciones de las explicaciones. Me acordé de «La fiesta inolvidable» de Peter Sellers

La idea era comenzar con una campaña positiva, una campaña de la unidad en la que el Presidente buscaba un relanzamiento junto con sus laderos, Juan Manzur y Martín Guzmán, negociando con el FMI en primera persona. Alberto hizo un discurso de tonos elevados y agudos, como suele hacer cuando quiere mostrar firmeza y hasta ahí todo marchaba sobre rieles. La presencia de Manzur en Estados Unidos era una muestra de apoyo político al Ministro de Economía… sino, no se me ocurre que otra cosa podía hacer Manzur en ese contexto. Pero bueno, hasta ahí todo bien. Habían confirmado a Giorgieva al frente del organismo lo que debe haberle devuelto el aliento a más de uno en el Gobierno y todo se encaminaba a un relanzamiento, al menos digno, sin “garchadas” y sin “platita”. Prolijito, con poco “movimiento”. Tal es la sensación de debilidad ante la opinión pública que se decidió reducir y postergar el acto del 17 de octubre previniendo mayores descalabros.

Entonces, apareció Aníbal para darle “volumen político” a la situación. Cómo Hrundi Bakshi, el inolvidable personaje de Peter Sellers en «La fiesta inolvidable», no dejó un ladrillo sobre otro.
A medida que pasaban las horas, tras el bochornoso tweet y que se acumulaban las torpezas, quedó claro que las disculpas ofrecidas?? no conformaban a nadie, ni siquiera al mismo Gobierno. Aníbal es intocable, no caben dudas, por eso los pedidos de renuncia de todo el arco opositor fueron solo una expresión. Nadie creyó siquiera por un segundo que Aníbal Fernández fuera a renunciar, pero tal vez alguno pensó que podría bajar los tonos y buscar conciliar. Nada más lejos de lo ocurrido. Como un barrabrava, Aníbal pasó de una amenaza a otra, para luego darse por ofendido y atacado. Esta mañana en un tweet declaró que estaba siendo víctima de “un ataque fenomenal y despiadado”. Yo haría un par de correcciones y diría que el Ministro de Seguridad está recibiendo una “respuesta fenomenal e inesperada” por parte de toda la sociedad. Manzur no pudo quedarse callado y salió a poner el pecho (no se le puede negar coraje al tucumano), Santoro se distanció, las redes sociales explotaron, la DAIA se manifestó indignada y todo esto mientras Guzmán y Manzur están tratando de convencer al FMI de la coherencia y unidad del Gobierno, y buscando dejar en el olvido el brutal ataque al Ejecutivo de Cristina el día después de las PASO, que culminó entre otras cosas, con la llegada de Anibalote a la Casa Rosada.
Cabe destacar que este es un tema que no existía. No fue el devenir de un problema concreto el que terminó derivando en una crisis inevitable. Aníbal Fernández, “Ministro de Seguridad de la Nación”, salió solito a amenazar públicamente a un “dibujante”, generando un escándalo que en cualquier otro país hubiera derivado en una renuncia. Lo que en tenis se llamaría, un error no forzado.
Pero acabo de decirlo y ya me arrepiento. ¿Era un problema que no existía? ¿O es la exteriorización de un problema que no tiene solución, la manifestación de esta incomprensible forma de gobernar que están llevando adelante Alberto Fernández y Cristina Kirchner?
Así cómo están las cosas, la sensación es que de aquí al 14 de noviembre, nos espera un sinfín de desconcertantes sorpresas…